16 de febrero de 2011

EL PUENTE



    Cristina    recordaba sus manos, acariciando sus mejillas cariñosamente, aquellos dedos  que le transmitian aquella paz, aquel deseo somnoliento, que provocaba que ella se  sintiera como una mariposa en sus manos.
           Le extrañaba... oh, si, la ternura con la que se bañaba en sus pupilas, aquella común unión que existia cuando era abrazada por sus fuerte brazos.
           Paseaba en su soledad, envidiando a las parejas que por las plazas desiertas, aprovechaban para demostrar su amor. En los bancos frios de piedra, aquellos enamorados se deleitaban con mil caricias, sonriendo a la vez que los besos unian sus almas.
          Sonreia para sus adentros, aquella tarde algo nublada amenazaba lluvia, podia percibir el olor a tierra mojada en cada paso que daba. Se dirigía hacia un puente adornado de farolas blancas, aún a media luz, hasta que la noche hiciera su total aparición. Se recostó hacia la mitad del puente, con sus brazos en la barandilla y sus ojos ensimismados en el agua, le trajeron lágrimas por su ausencia.
         Se fué un día muy lejano y ella no supo más de él. Promesas incumplidas a la luz de unas velas, sueños soñados a la luz de la luna, mientras se miraban a los ojos. El tenía otra vida, y había marchado a su destino.
         Un hombre, caminaba con abrigo negro y bufanda de listas de colores ocres por la orilla del rio y ella desde arriba, se fijó en sus pasos. Parecía cabizbajo y meditabundo, a la vez, decidido porque su caminar era ligero. Lo vió detenerse  en una esquina de la orilla y encender un cigarro, no podia ver su rostro en la medio oscuridad de la tarde.
        Ella siguió en el puente y en sus recuerdos cuando vió que una mujer, se acercaba hacia el desconocido. El, se irguió a la llegada de la mujer ante él y quedó mirándola. Pocos minutos más tarde, parecía que discutian. Y la discusión iba en aumento, podía oir lejanas voces que provenían de ellos.
       La mujer agarraba al desconocido por las solapas del abrigo, y él, se obstinaba en retirar sus manos con enfado. Asi forcejeraron unos instantes hasta que él, comenzó a caminar hacia otro lado. La mujer le seguía con sus voces, siendo ignorada por aquel hombre. En un segundo, ocurió lo inesperado, la mujer empujó al desconocido con toda su fuerza y éste, perdió pié cayendo al rio.
     Cristina quedó perpleja ante la escena que se desarrollaba ante ella, no reaccionó aún ante lo que acababa de presenciar. La mujer se alejó a toda prisa de alli dejando al desconocido en aquellas aguas oscuras y mal olientes. Entonces, reaccionó y a toda velocidad con el corazón en la garganta, se dirigió hacia la orilla del rio para auxiliar al caballero.
     Cuando llegó solo veía oscuridad, su voz, apenas salía clara de su garganta por la emoción y el desconcierto  que sentia. Impotente, llamaba al desconocido para saber si seguía con vida.
     Y aquél, le respondió pidiendole ayuda.
     Ella se acercó a la margen del rio e intentaba adivinar de dónde provenía la voz masculina. Al fin, lo vió. Estaba agarrado a unas ramas, implorando ayuda exterior. Cristina se tumbó en la orilla y le tendió su mano, perdiendo el guante en el intento. El, volvió a tomar su mano y el esfuerzo dió sus frutos. Al cabo de unos minutos, el hombre conseguía salir de aquellas aguas, por la ayuda prestada y el instinto de sobrevivir a aquella situación.
     Los dos, quedaron tendidos unos segundos recuperando el aliento, en la orilla. El desconocido se levantó y fué hacia ella, cogiendola de sus brazos para levantarla.
     Cuando se encontraron de pié, él le dijo,- Gracias. Y ella incrédula le miró a los ojos.
     Era él, pensó que soñaba, que todo lo vivido en la última media hora de su vida, era un sueño.
     -amor mio, dijo.
     El volvia a acariciar sus mejillas y le susurraba al oido que todo había terminado, que eran libres para amarse. La tomó de la mano y se dirigieron hacia su coche aparcado no muy lejos de allí. Una vez en el interior, él la besó apasionadamente, desabrochandole aquel abrigo mojado, mientras ella tiritaba y seguía asombrada.
    Al desabrochar su abrigo, se dejaron ver sus pechos tras una camisa empapada, y él, la volvía a desear como siempre. Las manos se acariciaban lentamente, degustando cada poro de la piel. Se acariciaron hasta no extrañarse, hasta sentir lo que sentía el otro a cada beso, a cada mimo. Sus labios buscaban los labios. Se fundían en cada abrazo.
      Asi iban desprendiendose de cada prenda mojada, y cuando ya desnudos se miraron, estallaron en un fuerte abrazo. No había espacio entre sus pieles, sus corazones palpitaban al unísono, y sus sexos se buscaban reciprocamente.
     Los cristales del coche, se empañaron con el respirar de los dos amantes, convirtiendolo en un habitáculo íntimo y secreto para ellos. Y así, sus caderas comenzaron un baile de pasión unidas por el deseo mútuo de amarse. Caricias y gemidos acompañaban la noche, dos cuerpos que traslucían lo que sentían sus almas.
     Subiendo peldaño a peldaño en la colina del placer humano, cada segundo era más intenso al anterior, hasta que sus gargantas exhalaron un grito profundo de placer por poseer y ser poseido en aquella noche, dónde la Luna hizo realidad sus sueños.